22. La victimización: una actitud redituable.
Ya eran varios los encuentros que había tenido con este grupo y, aunque el cambio era una constante, también había otras cosas que permanecían iguales. Una de ellas era el discurso de Martina, sus palabras entonaban una melodía predecible y repetitiva:
“La actitud de mi esposo está llegando a un límite. Quisiera que lográramos un acuerdo económico en el que yo supiera con qué cantidad cuento al mes para mi SDS. (Solo Dios Sabe en qué me lo voy a gastar). Hoy le pedí un cheque para pagar mis sesiones de grupo y me contestó que dejara de gastar el dinero en tonterías. Pero lo peor del caso es que tampoco le parece muy buena idea que busque un trabajo. Su control me está matando”.
Aunque la actitud de Martina pareciera la de una mujer sumisa y controlada, era evidente para todos que también guardaba una enorme ganancia.
Desde niña Martina aprendió a vincularse con los otros a partir del control. Su padre, un hombre rígido y de ideas conservadoras, también exigía de ella un sometimiento a sus normas. Si bien el alimento que recibió en la infancia, control y dominio, era un factor influyente para que buscara repetir esta conducta en sus relaciones, también es cierto que no tenía porqué ser determinante.
Martina aprendió a conformarse con las falsas ganancias que traía el control a su vida, pero también aprendió de su madre a sacarle un mayor provecho al sentirse la mártir frente a sus circunstancias.
Esta conducta, la victimización, puede ir acompañada, por lo general, de dos tipos de Autoconceptos. Cuando se trata de un Autoconcepto inflado, este tipo de personalidades buscan ser atendidas por las personas que los rodean, y cuando esto no ocurre, cuando se sienten rechazadas o poco vistas, entonces lo viven como una agresión. Suele existir en este tipo de personalidades un perfil paranoico que los lleva a imaginar que están siendo víctimas de alguna conspiración en su contra.
Por el contrario, cuando esta actitud va acompañada de un Autoconcepto devaluado, suelen deprimirse, ya que no se creen lo suficientemente capaces de salir adelante sin la ayuda del otro.
A Martina parecía convenirle el control de su esposo. ¿Por qué? Porque de esa manera evitaba enfrentarse a sus propios miedos al tener que buscar un trabajo o alguna actividad que la hicieran ser independiente. Para ella era más cómodo echarle la culpa a él de sus incapacidades al victimizarse de sus circunstancias.
Si algún día él cambiara su actitud tirana por una más demócrata, ella se vería confrontada consigo misma y su libertad, porque ya no tendría a quién mirar para que la proteja de sus inseguridades. Es decir, ya no habría más pretextos para dar los siguientes pasos.
Ella se decía a sí misma: “no es que yo tenga miedo de ser independiente, es que él no me deja” o “es que yo he tratado, pero él me pone trabas”.
Martina se mostraba débil y maltratada para entonces buscar que los otros sintieran compasión por ella, pero además, con esta actitud se mantenía a salvo de tener que tomar acciones que le significaran un desgaste emocional.
Ejercer nuestra libertad como seres humanos representa un reto que muchas veces preferimos evitar. Significa ejercer la responsabilidad de decidir qué queremos y de encontrarle un sentido a nuestra propia existencia, de tal manera que si en el camino nos equivocamos, implica también aceptar que de nosotros ha surgido la propia adversidad.
La victimización y un perfil infantil se encuentran íntimamente relacionados. En la vida adulta, quien cree ser la víctima, sin serlo, se infantiliza, ya que espera ser rescatado por figuras que considera superiores a él. Se sabe indefenso y sin posibilidades de ejercer su autonomía. Por lo tanto, queda conferido a la necesidad del otro. Descubre una falsa ganancia al descansar su propia angustia existencial en alguien más. También corre el riesgo de perder su propio deseo.
Pero había otra cosa. Cada vez que el grupo o yo misma intentábamos hacerle ver esta posibilidad a Martina, ella se mostraba confundida, poco receptiva, pero sobre todo, se había vuelto una experta en justificar su conducta.
Para ella estaba siendo difícil aceptar lo que el grupo o yo podíamos darle. Así que no puedo negar que, de pronto, comencé a sentirme cansada.
Hay muchas razones por las cuales los consultantes se niegan a recibir diversas intervenciones. Cuando eso ocurre, suelo pensar en varias alternativas. La primera, que no he cuidado el tempo interno de quien recibe mis interpretaciones, que me precipité y que aún no estaba lista para escuchar lo que yo tenía que decirle. Otras veces descubro una enorme resistencia al cambio. No ver lo que para muchos puede ser evidente nos mantiene a salvo de enfrentarnos a lo diferente. También existe otra posibilidad, la cual ocurre en ciertos casos donde el consultante comienza a rivalizar con el consultor. Cuando eso sucede, me detengo a reflexionar sobre lo que está ocurriendo en nuestra relación.
Pensé en mi cansancio, en cómo frente a lo que yo quería ofrecerle se interponía un muro que no me permitía ir más allá. Al adentrarme en mis afectos descubrí cómo su “no”, tan repetitivo y constante, más que una respuesta se había convertido en un límite, así que la invité a hablar de ello. Respondió enfáticamente:
“Siento que con tanta insistencia a que yo vea algo que francamente no veo, ustedes me están queriendo controlar. Quieren controlar lo que pienso y lo que siento. Perdón, pero yo lo veo diferente”.
Esta intervención fue el punto de quiebre para que la melodía tomara, finalmente, un tono distinto.
“Martina, déjame ver si puedo acomodar lo que estás sintiendo en esta sesión. El grupo ha colaborado a lo largo de varios encuentros para que descubras qué es aquello que te hace someterte al control de tu esposo y que, además, tanto te molesta. Sin embargo, parece que has interpretado esta ayuda que todos han intentado darte como un estilo de control, así que esto debe de hacerte sentir muy enojada y frustrada”.
Martina dibujo una sonrisa con la que finalmente se dijo ‘sí’…
Que ella pudiera experimentar esta actitud frente al grupo fue lo que le permitió una aproximación más exacta para descubrir los obstáculos que le impedían recibir ayuda. Pudo darse cuenta que lo que buscaba era sentirse controlada, porque esa era una emoción que conocía. Pero además de esa manera podía escucharse decir para sí misma: “No es que yo no quiera cambiar, es que ustedes no me comprenden”.
A partir de trabajar en el aquí y en el ahora, es que Martina pudo ver, en tiempo real, que ella prefería sentirse controlada y dominada, antes de tener que asumir que en ella existía un gran miedo a ejercer su libertad. Descubrió cómo el obstáculo para lograrlo no eran ni su padre, ni su esposo ni mucho menos el grupo, sino ella misma.
A partir de la reflexión de Martina es que el grupo pudo trabajar en sus propias epifanías:
“Veo cómo me victimizo porque siento mucha responsabilidad de tener que hacer felices a los otros. Pero en realidad, me doy cuenta que la ganancia que obtengo es la de darme mucha importancia personal”.
“Por no responsabilizarme de las malas decisiones que he tomado, me victimizo. Yo elegí casarme con ella y hoy en medio del divorcio es muy fácil hacerme el mártir porque veo que obtengo la ganancia de no hacerme responsable de lo que me toca asumir”.
“Me di cuenta de cómo cuando me dijiste que sientes que no te escucho cuando hablas, me justifiqué, por no decir que en realidad me victimicé. Veo que la ganancia que obtengo es evitar vincularme porque me da mucho miedo, pero en realidad, no sé cómo hacerlo”.
El espejo de la técnica grupal
El ser humano suele enfrentarse a tres tipos de actitudes. Diferenciar una de otra nos permite tener una mayor claridad con respecto a sus orígenes.
Analicemos cada una de ellas:
- Las actitudes nodales: aquellas manifestaciones en nuestra conducta que denotan un nudo no resuelto del pasado. Transferimos al presente aquello que en su momento no pudimos, o no supimos resolver del pasado, buscando darle una salida a nuestras emociones.
- Las actitudes aprendidas: estas predisposiciones perceptivas tienen que ver con nuestro Imaginario. Todo aquello que adquirimos en forma de condicionamientos. Lo que aprendimos de nuestros padres o figuras de amor cercanas y que repetimos por imitación, porque eso fue lo que nos enseñaron.
- Las actitudes autónomas: aquellas a las que aspiramos cuando nos permitimos ser espontáneos al aceptar nuestros miedos. Son aquellas que reflejan lo que verdaderamente somos y lo que genuinamente deseamos.
Todos podemos vernos reflejados en estos espejos…
La experiencia de Martina nos enfrenta con nuestros propios miedos e inseguridades. Buscar deshacernos de ellos puede resultar tan liberante como amenazante. Es por eso que la victimización se construye como un escudo que nos protege de tener que asumir nuestra propia responsabilidad en medio del conflicto. Aceptarlo nos permite ir dando pequeños pasos hacia la conquista de nuestro propio ser. Validar lo que deseamos no solo es necesario, sino que además, es la única manera de alcanzar la verdadera libertad de ser quienes genuinamente somos. Dejemos de ser nuestros propios enemigos y convirtámonos en aliados de nuestro propio crecimiento.
Complementa la lectura con esta reflexión en audio o video.
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¿Cómo lograr asumir la responsabilidad de nuestra vida sin sentirnos amenazados? ¿Es la victimización una conducta que se hereda por imitación? ¿De qué depende que ejerzamos actitudes autónomas?
Referencias Bibliográficas
-
Ruiz, A. (2017). Curso I en línea, El Conocimiento de Uno Mismo. Instituto de Semiología, S.C. https://semiologia.net/curso-i-el-conocimiento-de-uno-mismo/
Texto: Natalia Ruiz
6 Comentarios
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Gracias por este texto. Me encanta la descripción fácilmente digerible de temas tan complejos. Aplausos pata usted.
De hecho, me parece que SIEMPRE que hay una molestia en uno mismo, en mayor o menor medida (independientemente de que haya razón o no en el Principio de Realidad percibido para que ocurra una agresión que genere dicho malestar), existe la conducta de victimización, puesto que estoy cediendo el control de mi estado emocional/mental al suceso exterior.
El sentir malestar emocional o mental (haya “justificación” o no) es, de por sí, una conducta de victimización, aún suponiendo que exista una “justificación”, pues todo lo que me sucede, me sucede por sincrorealización.
Muchas gracias por compartir.
Excelente información, y que pasa cuando somos el victimario, pues leyendo el caso de Martina me parece que yo estoy en el otro extremo siendo el victimario, le hago un mal a mis hijas y a mi esposa diciéndoles que se superen presionando loas para que se esfuersen por salir adelante???
Disfruto mucho sus comentarios. Justo ayer me abrí con mi jefe para comentarle amistosamente que sus conductas compulsivas traen consecuencias negativas al trabajo y logré que él reconociera su “programación” mental negativa cuando niño. Se victimiza trabajando para conseguir un poco de reconocimiento a costa de su salud y sus relaciones. Gracias por compartir. Saludos.
Natalia, que maravilla, que portento, un blog con una claridad extraordinaria, te felicito y agradezco por brindar las herramientas adecuadas para un mejor entendimiento de nosotros mismos.
Ahora pondré mi atención en las emociones espontáneas. Gracias.
Gracias por que me ayudaron a ver qué en cualquier situación hay una responsabilidad que asumir y encarar